Creencias

Ahora que ha recién pasado el aluvión de la Pascua judeocristiana, con sus tradicionales (des)encuentros entre opiniones y sentires, puede que sea el momento más adecuado para tratar este tema.  Luego el calendario continúa su paseo y lo religioso se difumina tras el incienso de las tragedias, la monotonía profana y los becerros de oro.

 

Pero ¿qué es una creencia?  Vayamos al verbo (que es lo primero, según el primer renglón del Evangelio según San Juan).  Yo creo algo o creo en algo (o alguien).  La preposición no es baladí en este caso.  Se creen hechos (creo que va a llover) y se cree en personas o entidades (creo en Alá, creo en mi país).  Así las cosas, alguien puede creer que va a llover y otro, lo contrario; incluso se puede mofar de mi opinión al ver el cielo azul y luminoso.  No hay por qué enfadarse, ni quemarlo en una hoguera, ni nada.  Pongamos un ejemplo más práctico: yo creo en Cervantes.  Me parece un tío magnífico y desgraciado que tuvo una intuición genial, etc.  Si alguien viene y se ríe de él, pues nada, me aguanto.  Si fuéramos denunciando a todas las personas que se ríen de lo que creemos, no habría calabozos suficientes para tanto gracioso.  Lo malo viene cuando el sarcasmo, la ironía, la mofa... se ejercen sobre/contra ciertas creencias, en especial las llamadas creencias religiosas.  A eso se le llama blasfemia, porque se considera que esas creencias son distintas de las demás: son sagradas, es decir, intocables.  Y he aquí el problema.  Reírse de la barriga de Buda (que nunca tuvo, pero ese es otro tema) es sacrilegio; reírse de Mendel, de Aristóteles, de Descartes, de Homero, de Velázquez, de Epicuro, de Georgie Dann, de mí... no.

 

Afinemos más.  No se sabe a ciencia cierta (a fe cierta sí) si existió Jesús de Nazaret, ni si hizo o dijo (en arameo) lo que escribieron (en griego) muchos años más tarde que hizo y dijo.  Estamos seguros de que en la puerta de al lado no nació un niño rubio llamado Bryan, pero yo podría creerlo con toda mi alma y podría considerar que, como escribió Cervantes, "quien dijere lo contrario, miente".  Y entonces esperaría a la Inquisición española (es un chiste pythoniano) para que ajusticiara a quienes se mofaran de mis creencias.  

 

Las creencias deberían ser tan fuertes como aguante cada una.  No deberíamos necesitar el apoyo de jueces y fiscales para sostenerlas.  Nadie debería tener derecho a conculcar la libertad ni la vida de nadie por esta razón.  La consideración de la blasfemia como delito es precisamente lo que llevó (en parte) a Jesús de Nazaret a la cruz.  A él, a Pablo de Tarso y a miles de mártires.  Blasfemo fue Mahoma cuando atacó la oligarquía de la Meca y propugnó la igualdad de todos los árabes, incluidas las mujeres.  Blasfemo fue Buda cuando rompió la disciplina de las castas brahmánicas. Blasfemo fueron Sócrates, Lutero y Darwin, Galileo y Stravinsky.  Sin estos blasfemos ilustres no existirían nuestras creencias.  

 

Respetemos a los que no nos respetan.  ¿Cómo era aquello de las mejillas?

 

 

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